Restart


Un gélido viento azotó su pálida cara cuando intentó abrirse paso entre la multitud en las calles de la ajetreada capital. Era una pena que un tiempo tan poco acogedor le recibiera en su primer día de estancia en la gran ciudad.
Las luces de neón ya presumían de sus colores y belleza a punto de fundirse en los locales más extravagantes que se podían encontrar por allí, a una hora muy temprana, tal vez las seis de la tarde.
Siguió cruzando calles en las que el tráfico desbordaba la calzada, atravesando estrechas calles inundadas por malhumorados y estresados peatones, que, sin embargo, le daban una sensación de calidez casi familiar.
Tal vez estuviera hecha para la vida urbana, quién sabe; tal vez abandonar su pueblucho en medio de la nada fuera la mejor decisión que hubiera tomado en su corta vida.
Pero aún le quedaba mucho por ver. Sus ojos juveniles aún destilaban emoción y excitación cuando notó una gota de lluvia sobre su mejilla sonrosada, y, automáticamente, cerró los ojos y se dejó llevar, aun con los cláxones de los coches de fondo.
Respiraba aire, sabiendo que no estaba tan limpio como el de su pueblo, pero no le importaba, pensaba que tenía la esencia de todo lo que allí se hallaba.
Cuando sus pies no pudieron con más, se dejó caer en un banco, en una plaza muy céntrica, le sonaba de haberlo visto en la tele.
Un lugar donde nadie te conoce, donde puedes empezar de nuevo, donde puedes tener una segunda oportunidad, donde todo puede cambiar en un momento… Sí, el mejor lugar donde hacerse valer iba a ser aquél.
Porque además, sentía que la inspiración le rodeaba por todas partes: en cada calle, en cada rostro, en cada esquina, en cada sonrisa.