“ALLÍ DONDE SOLÍAMOS GRITAR”
Me levanto despacio de la cama... Hace una mañana espléndida; es septiembre y contemplo a través de mi ventana el ambiente decadente de verano.
¿Sabes lo que soñé anoche?
Soñé que volvíamos allí donde solíamos gritar.
A aquel acantilado, abismo de toda nuestra rabia, ira e impotencia. Donde nos desgarrábamos la garganta esas noches de insomnio; aquellas en las que nuestras preocupaciones nos ahogaban tan hondamente que creíamos perder el sentido, y las liberábamos en forma de grito.
Lo recuerdas, ¿verdad?
Todo comenzó aquel año... Sí, qué ingenuos éramos; cómo nos dejábamos guiar por lo que sentíamos, no por lo que deberíamos haber hecho.
Cómo intentábamos buscar una salida para todo aquello que se nos venía encima.
No podíamos soportar la tensión, la presión, el dolor, los malos momentos, las decepciones, así que teníamos que canalizarlo de algún modo.
Un día, a la salida del instituto, tú y yo decidimos ir a algún lugar en el que poder desconectar de todos nuestro entorno.
Caminando por el bosque, descubrimos un camino que no habíamos visto antes.
Nos decantamos por él. ¿Qué podría pasar? ¿Qué podríamos encontrar allí? Si ese día no hubiéramos tomado esa decisión, nunca lo hubiéramos sabido.
Y allí estaba.
El acantilado más profundo y escarpado que había visto nunca, de repente, frente a mis ojos. En mi propio pueblo, vaya, y sin haberme cerciorado de su existencia hasta entonces.
Una mirada bastó para expresar el asombro, la sorpresa, la emoción y, en definitiva, el sobrecogimiento que sentíamos.
Tus ojos eran un vivo reflejo de los míos. No necesitábamos palabras, una mirada era más que suficiente.
Entonces... Entonces y sólo entonces, empecé. Empecé a gritar.
Al principio te sobresaltaste, mirándome con una expresión ciertamente desconcertada, pero al verme parar y sonreír, decidiste probar tú también.
Ahí comenzó todo.
¿Se escucharían nuestros gritos?
Tal vez... O no, no estoy segura; pero sí es verdad que gritábamos con toda la fuerza de la que éramos capaces.
Era un secreto entre los dos, el vínculo que hacía que nuestra amistad se mantuviera aún más viva, cuando aquella enfermedad te destruía por dentro.
Éramos conscientes del poco tiempo juntos que nos quedaba.
¿En qué podríamos invertirlo? ¿Tal vez en videojuegos? ¿En viajes a la ciudad para dar un paseo, ir al cine o comprar esas tonterías en las que tanto nos gustaba gastar el dinero?
Pasábamos nuestros días casi en completo silencio; más pensando en lo que sería para mí estar sin ti, y tú tan lejos, que en aprovechar nuestro tiempo.
Todo era mucho mejor después de gritar, nos sentíamos indestructibles, capaces de todo. Cada noche veía completamente posible el encontrar una cura para tu enfermedad.
Pero, los milagros y la magia, no existen.
Por mucho que creamos que todo es posible... No lo es.
Y no recuerdo haber derramado tantas lágrimas por alguien.
Nunca más volví al acantilado.
Fue nuestra promesa regresar juntos, y sé que lo haremos.
Yo te esperaré.
¿Sabes lo que soñé anoche?
Soñé que volvíamos allí donde solíamos gritar.
A aquel acantilado, abismo de toda nuestra rabia, ira e impotencia. Donde nos desgarrábamos la garganta esas noches de insomnio; aquellas en las que nuestras preocupaciones nos ahogaban tan hondamente que creíamos perder el sentido, y las liberábamos en forma de grito.
Lo recuerdas, ¿verdad?
Todo comenzó aquel año... Sí, qué ingenuos éramos; cómo nos dejábamos guiar por lo que sentíamos, no por lo que deberíamos haber hecho.
Cómo intentábamos buscar una salida para todo aquello que se nos venía encima.
No podíamos soportar la tensión, la presión, el dolor, los malos momentos, las decepciones, así que teníamos que canalizarlo de algún modo.
Un día, a la salida del instituto, tú y yo decidimos ir a algún lugar en el que poder desconectar de todos nuestro entorno.
Caminando por el bosque, descubrimos un camino que no habíamos visto antes.
Nos decantamos por él. ¿Qué podría pasar? ¿Qué podríamos encontrar allí? Si ese día no hubiéramos tomado esa decisión, nunca lo hubiéramos sabido.
Y allí estaba.
El acantilado más profundo y escarpado que había visto nunca, de repente, frente a mis ojos. En mi propio pueblo, vaya, y sin haberme cerciorado de su existencia hasta entonces.
Una mirada bastó para expresar el asombro, la sorpresa, la emoción y, en definitiva, el sobrecogimiento que sentíamos.
Tus ojos eran un vivo reflejo de los míos. No necesitábamos palabras, una mirada era más que suficiente.
Entonces... Entonces y sólo entonces, empecé. Empecé a gritar.
Al principio te sobresaltaste, mirándome con una expresión ciertamente desconcertada, pero al verme parar y sonreír, decidiste probar tú también.
Ahí comenzó todo.
¿Se escucharían nuestros gritos?
Tal vez... O no, no estoy segura; pero sí es verdad que gritábamos con toda la fuerza de la que éramos capaces.
Era un secreto entre los dos, el vínculo que hacía que nuestra amistad se mantuviera aún más viva, cuando aquella enfermedad te destruía por dentro.
Éramos conscientes del poco tiempo juntos que nos quedaba.
¿En qué podríamos invertirlo? ¿Tal vez en videojuegos? ¿En viajes a la ciudad para dar un paseo, ir al cine o comprar esas tonterías en las que tanto nos gustaba gastar el dinero?
Pasábamos nuestros días casi en completo silencio; más pensando en lo que sería para mí estar sin ti, y tú tan lejos, que en aprovechar nuestro tiempo.
Todo era mucho mejor después de gritar, nos sentíamos indestructibles, capaces de todo. Cada noche veía completamente posible el encontrar una cura para tu enfermedad.
Pero, los milagros y la magia, no existen.
Por mucho que creamos que todo es posible... No lo es.
Y no recuerdo haber derramado tantas lágrimas por alguien.
Nunca más volví al acantilado.
Fue nuestra promesa regresar juntos, y sé que lo haremos.
Yo te esperaré.
Qué jodidamente genial.
ResponderEliminarY amo esa canción.
¿Canción? Me pierdo G.G
ResponderEliminarEstá muy bien el relato, espero que te haya servido para descargarte.
Y ya hablaremos muchacha, que pareces muy grillada y esto NO puede ser >_<
Gracias :)
ResponderEliminarDani, verás, el título es de una canción de Love of Lesbian, te la recomiendo.
Uff, si te dijera como estoy... Pero vamos, un dia que quedemos te cuento todo en plan terapia, jaja.
Muchísimas gracias por leer (L)