Oniria

La noche en que soñó con él empezó igual que todas. Una leve caricia fría se arrastraba por su rostro.
Cada noche, abría la ventana y se asomaba.
El aire frío le despejaba tras un largo día. Volvió a alzar la vista hacia las estrellas, esperando encontrarse ahí su cara. No estaba.
Se dejó caer en la cama, sintiendo que una fuerza invisible le empujaba, pues a ella ya no le quedaban energías.
Como si de un vídeo a cámara lenta se tratase, dejó caer su cuerpo en la cama, sintiendo que aboyaba el somier de aquella pequeña cama de madera, que se le antojaba de acero puro.
Apenas tardó en cerrar los ojos.
"Sé que estás aquí."
"Sigue buscando."
"Si creyeras un poco en ti, y algo más en mí..."

Un bosque repleto de escarcha. Las nubes ondeando, allá a lo lejos. Su mirada, siempre a través de ella.
- Cuesta decir quién de nosotros es una ilusión y quién es real. Quién vive y quién no. Quizá yo, alma inmaterial, vivo más que tú, pues siempre estoy presente en tu mente. ¿Y tú? ¿Quién piensa en ti? Quizá tu existencia sea una mera ilusión.

"No sé quién te habrá contado que una vida real es sinónimo de tangibilidad, de cuerpo."
Ella no respira, solo escucha. Tiene los ojos llenos de lágrimas que no puede derramar.
- A veces, lo invisible se puede tocar. Todo depende de su intensidad.
Cierra los ojos. Él intenta tocarla, pero no está. Debe intentarlo con más fuerzas, existir con ganas.
Porque, existir sensorialmente en el archiconocido mundo cruel, no es suficiente. ¡Siempre se puede dar un paso más! Siempre.
Y, esta vez, ese paso consiste en vivir de verdad, más allá de lo físico. Ella, en su traslucidez, se levanta y escribe una nota.
"No es una despedida; volveré. Voy a adentrarme en el bosque de lo onírico, volveré cuando llegue a vivir."

En el sueño, volvió a encontrarse con sus magnéticos ojos, tan reales como los suyos.
En cuanto al mundo de lo palpable y de lo sensorial... No hubo despedida. Ni reencuentro.
"Observa su caligrafía. Siempre me encantó lo sencillo, a veces es lo más bello. Mira su curvatura, infantil y sofisticada a la vez. ¿Qué pasará por su mente para que lleguen esos trazos tan bien definidos al papel?"

Su muñeca apoyada en la mesa. Sus uñas pintadas de azul celeste, sobre esas manos delicadas que sujetaban una pluma y se movían rítmicamente sobre el papel. Dejando ese rastro de tinta, permanente en el tiempo, otra mancha más en la historia. Su cruel filtro lo borraría de la memoria, pero ese es otro tema.

Plasmando todo lo que puede dar de sí nuestra actividad mental, su flexibilidad imaginativa, por medio de ríos de tinta que vierten en finales, sean felices o no, provocan en  nosotros estremecimientos reales ante algo ficticio.
La magia.
Y tus palabras son solo brochazos de pintura que componen un todo.

Ritmo. Profundidad. Evocación

Diferentes

Sabes que eres diferente cuando, de pequeña, eres la única de tus amigas que no elige el típico helado de chocolate. Tú siempre has sido más de fresa que de chocolate. Y más de vainilla que de fresa.
Has preferido pasarte tardes en casa de tu abuela haciendo los deberes antes que pasarlas en la plaza, con tus compañeros de clase.
Te gustaban las verduras, pero odiabas la fruta. ¿Verdad que eras la antítesis del concepto contemporáneo de infancia?
Mientras los demás huían de los libros preguntándose su utilidad, tú ahondabas en la obra de Picasso, explorabas la geografía de cada país del mundo y te dejabas conquistar por la historia antigua.
Fuiste diferente, pero no te dejaste intimidar por ello.
¿Y qué es ser diferente? Al fin y al cabo, todos lo somos. Diferentes, humanos, iguales.
La gente se enorgullece de ser distinta. Eso nos unifica como especie. De repente, ser diferente es algo bueno. Y si todos lo somos, todos seremos iguales.
Puede ser que siempre busquemos la aprobación de los demás; la diferencia es esa resta entre virtudes y defectos. No hay dos números iguales.
Infinitud.
Somos la diferencia.

De lo imposible

Dicen que lo imposible posee más certeza que lo posible. Normalmente, quienes lo dicen han hecho lo mínimo posible en sus vidas, se han conformado con la más ínfima de sus posibilidades y no se han sacado partido al máximo por no creerlo necesario.
Nunca se intenta lo suficiente ni nos esforzamos al cien por cien. Pero, ¿imposibles?
Basta saber ciencia básica para comprender que algunas cosas nunca ocurrirán.
Tal vez ese sea el único destino en el que creo, el destino de lo imposible.
Que las cosas imposibles están destinadas a no suceder; lo posible se dispersa, imposible de controlar.

Intenta caminar por las paredes.
Intenta ser eterno mientras ves la televisión.
Intenta no soñar.

Por suerte, siempre quedará lo imposible.

Paralelos

Quiero que dejes de dolerme. Pienso en ti y me recorre un escalofrío chirriante que araña y atraviesa mi columna.
Mi perdición has sido tú, pero me confundiste.
Primero juzgas sin conocer. Luego conoces y te rindes, caes a sus pies, para, más tarde, darte cuenta de que todo fue una ilusión.

"Mejor que al principio, y aun así..."

Para mí, ahora mismo no eres más que la contradicción que distrae mi vida y le impide acercarse al camino correcto. Una contradicción tan básica como la que contiene "destrucción" y "creación" implícitas. 
¿Destrucción? De mi individualidad, de mi voluntad concebida como tal.
¿Creación? De mi llama interna, que mantienes viva.
Si te acercas, sus chispas pueden llegar a rozarte con solo una mirada.
Siempre me gustaron las metáforas, pero en este momento de mi vida, tengo ganas de algo real. Algo tangible. Que sea capaz de ver. Tocar. Saborear. Escuchar. Oler. Sentir.
Ese deseo ha ido tomando forma, la tuya, más concretamente. Y mientras tus ojos me piden que me acerque, que te he estado esperando, y que ahora te tengo aquí delante: "no huyas"; tu cuerpo se aleja. Y tu sonrisa, burlona, sonríe al compás de tus retorcidos juegos.
Se camufla en lo complicado, pero ambos sabemos que no es así. Aunque no tengamos el valor de decirlo.
Tus labios vuelven a curvarse, venenosa y ácidamente; mis endorfinas se liberan, enloquezco.
Déjame zambullirme en tu mirada, sé que no eres mío, pero al verme reflejada en tus ojos, en solo cinco segundos, siento la total ilusión de que las cosas podrían cambiar.
Es como nadar en mar abierto. Caminar en la orilla aterciopelada de una playa en calma. La brisa. Alzar los brazos y dejar que ésta traspase la piel.
Hormigueo en los pies.
Subirte a la roca más alta, gritar, dejarte llevar.
Te lanzas...

Y despiertas. De un parpadeo, salgo de tu hipnosis.
Siempre irrevocable.
No me mires así.
Me pierdes y me encuentras. Pero somos dos rectas paralelas, perdidas y sin dirección, con la única certeza en nuestras vidas que es la imposibilidad de nuestro roce.

"Nunca."

Ya de por sí, la infinitud asusta. Pensar que en descomunal lapso de tiempo algunas cosas nunca tendrán lugar, aterroriza.

Me gusta describirme actualmente como un fénix que renace de sus cenizas. Tú eres la llama que me incendia.

Control

El futuro sigue borroso, intangible, impredecible, como siempre. 
¿El presente? 

Todo bien, ¿y tú? Llevo mucho sin oír de tu vida.
He escuchado que te va todo bien.
Pues aquí, todo ha mejorado, teniendo en cuenta cómo dejaste todo. Parecía que hubiera pasado un huracán. Todo roto, las cortinas rasgadas, los libros tirados en el suelo, desgarradas las páginas, por tu empeño en que no siguiera leyendo ficción. ¿Para qué hacerlo? Solo aumentaría mi disconformidad con la vida, comparar una gran tragedia clásica con mi día a día mediocre bajarían aún más mis ganas de salir a la calle, a vivir.
Tú destrozaste todo sin apenas preguntarme. ¡Qué falta de respeto! Y yo, no pude hacer más que permitírtelo.
Sin embargo, me doy cuenta de que ya está todo arreglado. Las cosas están en su sitio, limpias, ordenadas. 
Te perdí la vista hace... ¿hace tan poco? Se antojaban siglos en mi mente...
Pero el problema no era tu vista, eran tus recuerdos, y se fueron apagando muy lentamente. Tenuemente, con tranquilidad. Como aquella bombilla del bar, que titiló durante meses, meses y meses, hasta que, por fin, pudo apagarse.
No quisiera atacar más, pero sí, no me iban tan bien las cosas desde antes de conocerte.
¡Enamorarte de tu némesis! Suena tan ficticio, que apenas me lo creo. 
Por otro lado, me gusta pensar que mi destrucción fue también mi salvación. He ahí el porqué de esta llamada. Menos mal que lo has cogido y no ha saltado el buzón de voz, porque me pongo realmente nerviosa cuando quiero decirte tantas verdades y no hay nadie al otro lado que me respalde con una simple respiración o un monosílabo, aunque sea.
No puedo más que decirte, que te quiero por ser otro elemento esencial a la suma que soy. Porque a pesar de lo horrible como persona que eres, lo que provocas en la gente es algo maravilloso, de valor incalculable. Y a mí me has dado un poco más de lección de vida, dura y sabia como el tiempo; como tú.
Ahora tengo el control, te lo quité sin que te dieras cuenta, ¡no me mientas diciendo que te importaba!
Sin quererlo, he convertido esta llamada en un pequeño manifiesto a las consecuencias de un amor fallido.
No me llames. Solo quería decírtelo de algún modo. 
Te dejo con tu destrucción, pero no abuses de ella. Alguien puede salir herido, como yo lo hice un día. Moderación. Control.

La fantasía es para los débiles

Aquí llega el momento en el que comprendes por qué lo llaman “romper el corazón”.
Porque una fuerza te oprime tanto el pecho, como si de una tonelada de hormigón se tratase.
Cada bocanada de aire que inspiras es un peso inaguantable para tu ahora diminuto cuerpo. Lo asimilas con lentitud, y cuando tienes que exhalarlo, vuelves a sentir ese dolor. Tan agudo, que incluso piensas que podría ser algo patológico.
Las imágenes que primero te vienen a la cabeza se relacionan con tumores y bultos cancerígenos. Pero no. Es algo igual de parasitario, mortífero, en cierto sentido, pero temporal, por suerte.
Te tocas el pecho, preguntándote qué habrá hecho tu corazón para sentir esa sensación de opresión por parte de las costillas. Como si se clavaran todas a la vez, poco a poco, en el músculo rey, cada vez que respiras. Como el sentimiento metafórico que acabas de experimentar, casualmente.
Porque en esos momentos, duele hasta respirar.
Duele, y sin embargo, no sientes nada.
Te miras al espejo. ¿Qué ves? No te reconoces a ti misma. Ves un rostro anónimo al que las circunstancias, concretamente una, ha maltratado, emocionalmente hablando.
Son las cosas de la vida. Nadie tiene la culpa de nada. Es… la vida.
Tan casual como dañina, pero tan gratificante como inesperada.
Piensas que es solo una etapa.
Que quedan muchas más por llegar.
Que no es la peor… Por desgracia (¿qué más puede augurarme?)
Que en el camino, éste será solo otro rastro de hojas pisadas en un charco; pasadas, deshechas y roídas por el parásito del tiempo.
Te sorprendes cuando un escalofrío te recorre. Y cuando termina, en la punta de los pies, dices en voz baja: “adiós, no vuelvas, no quiero volver a sentirte, pues eso, siempre ha implicado hacerme daño”.
Y cruzas el umbral de la puerta. ¿Sin miedo? No, el miedo siempre acompaña.
Aterrada, realmente, pero segura.

Manifiesto herido

La causa y solución de mis problemas me pregunta por ellos.



Ah, ironías de la vida.

Suelto una carcajada amarga que se estampa contra el suelo, como mis sueños.
Rotos, esparcidos todos por el frío mármol que soporta el peso de mi cuerpo cada día.

Día tras día camino sobre ese mismo suelo, sin cortarme con los pedazos de fantasías y esperanzas que en ellos quedaron grabados. Me pregunto dónde quedaron, si alguna parte de ellas aún sigue viva.
Quién sabe, quizá en mi cabeza...


Me destrozaste cuerpo y alma; dejaste mi seguridad en mí misma tiritando; robaste mi dignidad, y a cambio, me regalaste una cantidad ingente de dolor y orgullo.


¡Pero qué fuimos! ¡Si no llegamos a ser nada! ¿Qué duele más que eso?



Qu'est que c'est, l'amour?



¿El amor? No lo sé. Lo que sí tengo claro es que el odio puede ser una consecuencia directa de éste, peligrosa y mortífera. Sobre todo cuando se confunden, y no sabes si llorar, luchar, quererle, aborrecerle, pegarle, besarle o empujarle al abismo que separa tu vida de la del resto del mundo.

Yo opté por la última, pero ah, no es tan fácil.


Para ti: no quiero que seas el motivo de mis tristezas, ni de mis alegrías. Me gustaría que te esfumaras, y regresaras cuando terminaras siendo indiferente para mí.
Mi salud mental se agota de tanta falsa esperanza. Tal vez tenga un problema de imaginación.



Duele.

Parece ser que la herida que me hiciste aún no terminó de cicatrizar.
El mundo sigue tan cruel y gris como lo era por aquel entonces; solo que en aquella época aún nos quedaba un poco de inocencia a la que aferrarnos.
Ahora, el mundo en el que vivimos nos ha contagiado esas características suyas tan propias, como el desengaño, el realismo más ensañado, el pesimismo.

No somos los de antes.

Y aún veo cómo la herida quiere cerrarse, pero no puede.
¿No ves el tremendo parecido?
Quiere, y no puede. Como nosotros.



Como no pudimos, salimos perdiendo los dos. Haciéndonos daño.
Daño con palabras, actos, silencios, miradas, gestos, parpadeos, sonrisas, suspiros, abrazos, besos... Con toda forma de daño posible.

Querernos era la guerra. Y la terminamos perdiendo, por no saber jugar a ella.